Si al jefe no le parece bien este tema, que lo quite y listo.
Hoy hace 30 años de aquello, y como dicen de los norteamericanos con relación al asesinato de John F. Kennedy, todo el mundo sabe dónde estaba aquel día.
A mí me pilló en Madrid, de visita a un amigo que estudiaba allí.
Lo pasé mal, porque yo tenía entonces unas barbas bastante largas y unos pelos hasta los hombros, así que mi aspecto, muy de derechas y pro-franquista no era...
Recuerdo ir en el metro a donde vivía mi amigo, e ir pensando que no era posible, que volver otra vez a todo aquello de la censura, de no poder reunirte con quien quisieras, de no poder decir en voz alta lo que pensaras... Que no podía resistirlo.
También pensaba que, si en la siguente estación subía un grupo de exaltados con camisa azul... yo lo llevaba claro.
Yo entonces vivía en Galicia, y mis compañeros de piso se pasaron a Portugal; y los compañeros de Cantabria, del grupo en el que yo militaba entonces, se echaron al monte, tras enterrar en algún sitio los archivos con las fichas de los afiliados.
Y yo, como un conejo, atrapado en Madrid.
Mi padre entonces era parlamentario, y no estaba dentro del Congreso porque perdió el avión de Madrid (muy típico en él), pero yo no lo sabía, y temía por él.
Llamé a mi madre, y sin dar muchos detalles, me dijo que mi padre no estaba dentro.
No daba detalles por si el teléfono estaba intervenido, que ahora pueden parecer paranoias, pero entonces aún teníamos hábitos adquiridos de la clandestinidad.
Al final supimos que mi padre estaba en la Junta de Seguridad Ciudadana que se formó en el Gobierno Civil de Santander, con las cosas muy claras en caso de que triunfase el golpe.
A mí, sinceramente, lo del Rey no me tranquilizó demasiado.
Hasta que por la mañana no se confirmó que todo el mundo estaba fuera del congreso, y que los militares rebeldes volvían a los cuarteles, no me quedé tranquilo.
Una semana más tarde, tuve un altercado con unos chavales de camisa azul que vendían propaganda franquista en una mesa en la Plaza de María Pita, en Coruña.
Les dije que si no les daba vergüenza, después de lo que había pasado.
Pues aún se pusieron gallitos, y todo.
Se arremolinó gente, y al final, sólo dos personas se pusieron de mi lado.
Y, mira qué casualidad: uno era un marino de Torrelavega y otro, un fotógrafo de Santander.
Tres cántabros antifascistas en Coruña.
El resto de la peña... silbando.
Parece que fue ayer, y hace ya 30 años.
Parezco el Abuelo Cebolleta.